Via Revista Sudestaca
Por Hugo Montero & Walter Marini
Resistencia Libertaria era una organización que defendía la constitución de un poder obrero a partir de un clasismo que empujó a sus militantes a “proletarizarse”, que se definía como partido de cuadros y que adoptó como estrategia el concepto de “guerra popular y prolongada”. También, fue el espacio de pertenencia donde confluyeron jóvenes anarquistas con el objetivo de ser protagonistas de un cambio revolucionario. Opinan María Esther Tello, Fernando López Trujillo, Patrick Rossineri y Leonardo Rodríguez.
Conocían las diagonales platenses de memoria. Allí habían nacido, allí habían desandado su militancia y allí, ahora, se enfrentaban a la ofensiva policial, que intentaba dispersar la manifestación a fuerza de balas y gases lacrimógenos. Marchaban desde el Colegio Nacional rumbo a Plaza Italia, cuando comenzó la represión. María Esther recién terminaba su horario de trabajo en el Ministerio, y buscaba a sus hijos con la vista para sumarse a las filas de los compañeros. Para cuando por fin los encontró, la marcha era una turba en fuga, defendiéndose a piedrazos algunos y buscando refugio otros en mitad de la noche. Pablo Daniel corría adelante, pero no perdía de vista a María Esther, que lo seguía con dificultades, a unos pasos de distancia… “¡Cuidado, mamá!”, le gritó entonces. “¡Cuidate vos, che!”, le contestó ella. En el huracán del desbande, Marcelo confirmaba su gran puntería con la gomera: primero acertando cada piedra contra la vanguardia policial y después, bajando uno a uno los focos que iluminaban la calle, protegiendo en la penumbra la fuga de sus compañeros. Rafael improvisaba el itinerario de la retirada, con más vértigo que nervios encima, buscando a sus hermanos y a su madre en pleno caos, gritando los nombres de siempre, con la tensa calma de quien conoce el oficio de no dejarse agarrar por los uniformados…
2.- La vida de una organización política se asemeja bastante al derrotero de cualquier persona. Hay momentos de duda, otros de avance a paso firme; hay errores que conviven con aciertos; puntos de inflexión y de ruptura que determinan el rumbo a seguir. Momentos que uno subrayaría, sin dudar, como fundacionales de una concepción política o de la formación de una identidad como militante, en el caso singular. La vida (breve, pero intensa) de Resistencia Libertaria va pisando cada una de las marcas mencionadas, pero a las propias complejidades de un desarrollo político incipiente se agregaba, como dificultad extra, su raíz anarquista.
Contra aquel lugar común repetido por más de un historiador, que elige poner un punto final a la historia del anarquismo en Argentina con el advenimiento del peronismo en el poder, la experiencia de RL violenta esa idea y propone un debate que resuena hasta hoy en las filas ácratas. Negar la evidencia es pretender desoír una parte de la historia: la de un pequeño grupo que intentó, a partir de la defensa de algunos principios libertarios, sumarse como protagonistas a la lucha revolucionaria que se agudizó en los años 70, y que intentó eludir los vicios de un movimiento de riquísimo pasado en Argentina: el sectarismo de quienes eligieron encerrarse (por opción o por aislamiento) por fuera de la clase a la que alguna vez pertenecieron y que fue durante décadas el eje de la acción anarquista; y el dogmatismo de aquellos que enarbolan una pureza en el ideario que en pocos casos se traslada a hechos concretos en la vida política cotidiana. En más de un caso, incluso, la acción de denuncia más se asemeja a la tarea de una policía ideológica, que señala allí donde se asoma una presunta desviación, pero que resulta incapaz de articular respuestas concretas para incidir en la realidad.
En este sentido, más allá de la efectividad del aparato represivo para devastar a la organización con el secuestro de sus principales referentes, la experiencia de RL, ignorada por la mayor parte de los observadores de la lucha política en los 70, se presenta como un mojón único en la historia criolla. La opción para los integrantes de RL era clara: participar como protagonistas de la lucha política exigía dejar atrás el aislamiento en que se habían enterrado las viejas instituciones del anarquismo, alejadas de cualquier influencia proletaria y sin fuerza siquiera para articular un discurso que superara las paredes de sus locales centenarios. Frente a este escenario, era lógico y previsible que el choque de dos concepciones terminara por dividir las aguas. Choque que muchos confundieron en su momento con una cuestión “generacional”, entre viejos ácratas y nuevos herejes.
“¿Hecho histórico? Reyerta de esquina, casi”, señaló el recientemente fallecido Amanecer Fiorito, sobre un incidente menor que se sucedió durante un encuentro organizado por el periódico La Protesta, en septiembre de 1971. Si bien es verdad que la dimensión del suceso fue limitada y se expresó en disputas personales (como suele suceder en política), resulta interesante observar qué dos concepciones estallaron durante aquella recordada reunión en el local de Barraqueros, en Avellaneda.
A comienzos de la década del 70, grupos dispersos de jóvenes militantes de La Plata, Buenos Aires y Córdoba se reagrupan en la redacción del periódico La Protesta, longevo representante del ideario anarquista, pero en crisis y con serios problemas para garantizar su continuidad, por razones menos económicas que políticas. La convivencia en el periódico entre los viejos compañeros y los nuevos militantes, que llegan con una inserción concreta en el movimiento obrero y notoriamente empapados por el contexto de una izquierda cada vez más radicalizada, con organizaciones armadas como ERP, Tupamaros y la también uruguaya y anarquista Organización Popular Revolucionaria 33 Orientales (OP-33) ganando espacio en los medios por sus arriesgadas operaciones.
A partir de marzo de 1971, la polémica comienza a ganar espacio en los artículos de La Protesta: “La guerrilla urbana es una respuesta insurreccional al proceso anulador y mortífero del mundo moderno. Como tal la juzgamos como positiva pero difícil. Desde dentro, o desde fuera de ella nuestros enemigos serán siempre los dos polos, el sistema al que debe destruirse y los métodos de acción que perpetúen las prácticas humanas que son obstáculo para el logro de una verdadera transformación revolucionaria. Si con esa meta clara avenimos a la brega, por una definición antitotalitaria de los procesos en marcha, no debemos vacilar en meternos en ellos como lo hacemos en todos los ámbitos donde la chispa del inconformismo ha prendido”.